miércoles, 21 de julio de 2010

HIPERTEXTOS ERAN LOS DE ANTES por MARTA ROJZMAN

(LITERATURA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS)

En esta tercera entrega continuamos pensando la relación entre nuevas formas literarias y las nuevas tecnologías. En las comunicaciones actuales referidas al desarrollo del espacio digital ya no se habla tanto del concepto de hipertexto.
¿Por qué? Porque se da por supuesto que todo el mundo informatizado lo maneja y lo usa sin preguntarse ya qué es. Por eso es el momento para volver a preguntarse qué es un hipertexto y si sufrió modificaciones en su historia.
Un hipertexto es un texto con enlaces a otros cuerpos de significación. Pueden ser otros textos relacionados con un link al principal, o pueden adoptar la forma de figuras, dibujos, gráficos, pinturas, fotos fijas. También pueden enlazarse sonidos de voz, música o videos, películas, imágenes en movimiento.
De esta manera un hipertexto tiene una trama variada de signos.

RAYUELA de Julio Cortazar

Es posible ubicar a esta novela como un protohipertexto. Por la manera especial de relacionarse los capítulos y la “libertad” de elegir los caminos de lectura.
Esto es ocasión para preguntarnos por los caminos de la libertad en las navegaciones actuales.

Navegadores libres o Ulises encadenados
La sobreabundancia de información y las seductoras posibilidades infinitas del flâneur por la red dan una ilusión de potencialidades y caminos múltiples abiertos a la voluntad personal.
Pero en algo se diferencia el navegante de la web del flâneur de Baudelaire o de Walter Benjamin. En primer lugar lo obvio, uno vagabundea por la ciudad y el otro vagabundea por los caminos de la red. Se usan distintos músculos, los del dedo índice o los músculos largos de las piernas.
En segundo lugar, lo no tan evidente, la complicación de la ciudad es finita, los barrios se reconocen por sus aspectos y hasta por su olor. La red no tiene perfumes aún, pero tiene “barrios”. El mapa de navegación de cada uno es analizado por robots comerciales – tipos de software que “leen” nuestros hábitos y nos “denuncian” al gran capital - para saber qué venderle, qué publicidad oculta o visible es posible introducir en cada página.
Los mecanismos mercantiles en las calles de los conglomerados urbanos son más “ingenuos”, están segmentados por porciones de mercado, pero en la red están hechos casi a medida de cada individuo. No olvidemos que cada persona fatiga casi siempre los mismos sites, repite el mismo paseo virtual casi todos los días.

¿Posibilidades infinitas de un hipertexto?

La ilusión del vagabundeo infinito y libre por toda la red es vana. Partimos de un hipertexto que nos linkea a otro y así desembocamos en otro y el centro está en todas partes y no hay límites al radio que define a la circunferencia. Eso creemos.
Todo lo contrario. Nuestro habitus, en el sentido en que lo define Pierre Bourdieu, la cantidad y calidad de nuestra educación, lo que ya sabemos por posición social y grupal, definen los “lugares” que rozamos o profundizamos en cada navegación.

El “entreleer” de Macedonio Fernandez
Al transitar la linealidad de los textos tradicionales ya advertimos que contienen enlaces. Por ejemplo, las notas al pie de página, los organizadores paratextuales - según la denominación de Gérard Genette - , las bibliografías, índices, citas.
Estos enlaces obligan a una lectura salteada aún en los “viejos” textos, un ir del cuerpo principal al secundario.
Pero es en la red donde por fin florece, se expande y vive el verdadero “lector salteado” de nuestro incomparable Macedonio Fernández. Dice en “El museo de la novela de la eterna (primera novela buena)” : “eres el lector sabio, pues practicas el entreleer que es lo que más fuerte impresión labra, conforme a mi teoría de que los personajes y los sucesos solo insinuados, hábilmente truncos, son los que más quedan en la memoria.”
El “entreleer” es in nuce el concepto que estamos buscando.
Los hipertextos, cualquier página, nos remiten a una nueva manera de leer. Saltear a la manera de un lector-autor. La atención no admite textos demasiado largos, la información se busca rápido. La mayoría de las veces sé lo que quiero y lo quiero ya.

¿Un hipertexto es un híbrido o un monstruo?
Un híbrido es un ser formado por elementos de distinta naturaleza. Pero dentro de una cierta similitud de los elementos desiguales. Por ejemplo, el sorgo híbrido es producto de la unión de dos tipos de sorgo.
Un monstruo, en cambio, es un ser formado por la conjunción de elementos de distinta naturaleza. Verbigracia, el minotauro es la unión de un toro y un hombre en un mismo cuerpo. Eso vuelve único al monstruo, solo, no pertenece a un colectivo, no tiene semejantes. Borges lo comprendió muy bien y nos relató la tremenda soledad de Asterión.
Volvamos a nuestros hipertextos, no están solos. La enorme profusión de hipertextos conforman una sociedad, se comunican o pueden hacerlo. Pero cada hipertexto está formado por “elementos de distinta naturaleza”. Un hipertexto tiene elementos visuales, sonoros, textuales, en suma multimediales.
De manera que también tiene características monstruosas.

Amor y pornografía entre hipertextos
La relación entre los hipertextos puede ser amistosa, de colaboración. Incluso puede ser que entremezclen sus tentáculos con intenciones pornográficas, eróticas.
Pero los autores de los hipertextos, y los que los leemos e interactuamos con ellos, podemos estar en posiciones antagónicas.
La red puede ser un campo de luchas ideológicas, tensiones y fricciones. O puede presentar territorios extensos de amores, entendimientos y pax vobiscum.
That’s all, folks! Hasta la próxima entrega.

TALLER DE TEATRO

Coordina: RAFAEL FERNANDEZ

El teatro es acción y la palabra es una de sus herramientas esenciales para poner de manifiesto esa acción. La palabra escrita en la literatura dramática encierra una fórmula cuyo director debe desentrañar para llegar a su contenido. Por su parte, el actor debe tomarla como punto de partida para iniciar un camino que lo llevará a su origen, a las causas que la motivaron. En eso se basa específicamente el trabajo creativo del actor.
Por eso, en teatro decimos que la palabra es un resultado. En síntesis, tanto el director como el actor recorren un camino inverso al que hizo el escritor para llegar a esa palabra. Por ello, resulta tan natural que un taller de teatro funcione en un lugar, donde se reúnen las más inimaginables construcciones y combinaciones de palabras, como es la Biblioteca Nacional.
Este Taller, abierto a todo público con o sin experiencia, propone, a través de ejercicios y trabajos específicos para la formación actoral, un acercamiento a la actividad teatral como camino de expresión artística y también como modo de vida. El Taller ha visto pasar en estos años a muchos participantes en el que algunos se han involucrado y han convertido el teatro en su vocación creadora, otros han descubierto sus valores y su importancia cultura y social y para muchos otros, el Taller les ha servido para tornarse en exigentes espectadores. El Taller implementa sus ejercicios y los trabajos específicos según el nivel del grupo que en ese momento lo conforma.

RAFAEL FERNANDEZ

TALLER DE POESÍA

Coordina: MARIO SAMPAOLESI


Somos tanta poca cosa complaciente, una baratija a veces, frases que redundan en la hipocresía pero que son amor para aquel que busca amor, caminos bifurcados en el hastío y también en la glotis. El no poder encontrar la salida, teniéndola adelante, también somos. Somos el que se revuelve en incongruentes despojos, y el hueco que se llena con miles de palabras y todo eso que ya se sabe, hasta que la vida nos lleve, hasta que nos veamos cara a cara con lo que somos, hasta esa sensación de modorra, hasta que llueva, hasta siempre, o fundamentalmente. Así viene pensando esta cabeza, caminando por la calle, a unas cuadras de mi casa.
Harta de tanto cloroformo hacia ningún lado, me propongo seguir, pero cargando con todo lo que no alcanzo a comprender -y que necesito comprender- como por ejemplo por qué el otro extremo de la misma cosa se volvió el mismo extremo de todas las cosas. Y ya estoy colocando la llave en la cerradura y no veo la hora de tirar los zapatos cual película de naif rebeldía, preparar unos mates y vaguear por alguna película de amor, de ángeles, o de sitio abierto a una suerte buena.

Serie lAMUJER.

MABEL BELLANTE





MALA PRAXIS

para matar
decía
me visto con ojos azules
caucásico
pelo castaño
un tic
en la comisura
complexión robusta

afirmativo

la occisa
blanca
rubia
cuello morado
insinuaba una leve sonrisa

afirmativo

crónica policial
fiel, estricta
inesperadamente
poética

un tiempo sin ventanas
lava espesa
asfixia, carne adormecida

escuchó sin entender

el miedo
es el motor de la historia

le gustó

una mueca estúpida
dibujó su cara
y volvió a las calles

caminó sin pies
contempló sin ojos
soledad sin pausa

un día
una mujer
toda blancura y rubiez
ojos azules
lo miró

quedó desnudo
se le cayó la sangre
y murió
JONAS BRAGUINSKY


REVELACIÓN

La estatua oculta mis antiguos argumentos,
Los cuestionables.
Mentiras piadosas en las que acabé creyendo.

Con mis herramientas a la mano,
El cincel hambriento y asesino)
Me apresto a destrozar su yugular de piedra.

Lava volcánica a cada tanto, las palabras.
Letras, unas tras otras
Todas, en el estómago, en las tripas indecentes,
Reveladas.
LEVA COSANOVICH







LA MÚSICA
¿Acaso el hombre
sumergido en las notas
no se eleva?
Desdoblado,
él se pierde y encuentra
cuando con el último son
se apagan los vestigios
de lo palpado.

Quietud
del que escucha.

ISABEL DANERI

Lino: Hijo de Apolo y Terpsícore. Desarrolló la melodía y el ritmo




PALABRAS FALACES
Es quizás la duración,
el instante iluminado,
la expansión del ser,
la aprehensión de lo que
fluye.

Las palabras
se deslizan
como moscas a la mierda.

Calaveras chirriantes
bailarinas de strip-tease,
carontes de la angustia,
imágenes de lo vano
en las entrañas.

sinfín de voces
el goce de los cuerpos
su íntima melodía.

¿Desde qué abismos emerger?

HECTOR LUANCO



NADIR
Existe un lugar
oculto en lo más profundo
Al otro lado
de lo que conociste

Allí tus días
fueron noches
tus ciudades
tuvieron otros nombres
tu ventana otro cielo

Ya es imposible verlo
quizás pudieras
imaginarlo
y aún algo
adivinar

Tal vez en madrugadas
sueñes un anochecer
Veas
el brillo
en un traje oscuro
el descolorido puño
de las camisas

Por una calle
tus pasos
irán presintiendo
las piedras
la mirada
umbrales blancos de mármol

Todo será igual
y distinto

Al doblar la esquina
desde una puerta
alguien te hablará
No
allí
nadie volvió
Nunca
Dirá nombres
que no conociste
aunque para tu oído
suenen
extrañamente
familiares

Al despertar
retendrás una imagen
Buscarás en tus ropas
una a una
Irás apartando
las desgastadas perchas
Querrás hacer memoria
reconocerte en cierto traje
tal vez al mirar el espejo
por un instante
verás
sobre tus hombros
caer el sol
entre los edificios

CARLOS R. MARCHESE







ESE POEMA DE MELVILLE

Caminamos sin prisa, amigables, casi cómplices.
El cielo, menos cercano al azul que al fuego fatuo, evoca lo impenetrable. Sí, tal vez como los cielos de los cuadros de Friedrich, siniestramente representados.
La marea parece próxima a no ser nada, sostiene su imagen con dificultad, aunque las cosas son todavía las cosas y es probable que en este instante las cosas vayan a cambiar el instante.
-Lugar extraño, dice él - hace recordar un verso de Melville.
-Cual- pregunto.
-Es todo tan árido como una playa de pelícanos-
El pelícano rara vez da un golpe en falso, pienso.
Seguimos entre los mangles que descienden hasta tocar el suelo y arraigan en el agua salada.
Siento impaciencia. Debo disimular, porque él ha preguntado si me ocurre algo. Será por eso que produce un mayor acercamiento.
Nuestras figuras no se sostienen, el tono oscuro del agua se expande, las islas retroceden en dirección al vacío negro del cielo y los mangles son animas plañideras –como aquellos de la costa de Virgilio.
Es tiempo, algo resplandece al abrigo de las sombras, y las sombras dejan de ser complot, restallan como látigos.
Él cae.
Invisible, el suelo fangoso del manglar pretende impedir mi ascenso. Quiero creer que todo ha salido bien.
Allá abajo, la orilla ofrece algo semejante a un ave desgarbada que ahueca las alas y esponja el plumaje, diríase, enamorado de la tierra oscura.

ALICIA LEONOR ORLANDO






DESAMOR

«Si me enamoro algún día, me desenamoraré, para tener la alegría, de enamorarme otra vez» (Desamor/María del Monte)

Tantas veces traté de conquistarte
Empecinado como un burro, busqué el encuentro.
Decenas y decenas de rebotes, piedrazos en la nuca
Entre flores, poemas y chocolates: ridícula receta
Tanto amor derramado en una autosatisfacción inútil
Entre vinos y medianoche, me emborraché por tu culpa
Solo quería morir en tus manos de niña arañándome la espalda
Todo me sabe a tu perfume, hasta el guiso
Otras bocas habrás de besar pero no la mía.

JUAN MARCELO WARIJCHUK


EN EL TALLER DE POESIA QUE COORDINA MARIO SAMPAOLESSI, HAN SURGIDO NUEVAS VOCES QUE NO SABEMOS EN REALIDAD SI EXISTEN. AQUI PUBLICAMOS UNA DE ELLAS. SOSPECHAMOS, SE TRATA DE UN HETERÓNIMO

HISTORIAS DE GAUCHOS

Pling, pling, suenan los cubiertos, hay mucha comida en la mesa, un solemne amontonamiento de gente vestida con sus peores galas, mostrando sonrisas. Pling, pling, suenan los cubiertos, se come se toma, se come se toma, se entrega al gaucho: de pie, como recuerdo ridículo, como forma de decir gracias, como un trofeo de batalla en el trabajo de idiotizar marionetas. Pling, pling, ya me harté del ruido de los cubiertos, no quiero al gaucho bañado en oro en mi vitrina, lo quiero luchando como en las historias de José, y diciendo, aquí me pongo a cantar, aquí…. Me pongo a cantar*

NATIVIDAD ESPERANZA MARTINEZ ESTRADA

Natividad Esperanza Martínez Estrada nace el 23 de de septiembre de 1979 en Lanús. Es educada en un importantísimo colegio del municipio, graduándose a los 18 años. Trabaja de asistente de un cronista barrial, y empieza la carrera de Licenciatura en Letras. Durante los años 2000 y 2003, es columnista y escritora en Red Libertaria y Diario de Poesía. De 2003 a 2006 publica breves escritos en la revista Lea. En 2006, Natividad decide vivir en una cabaña cercana al cordón montañoso de Los Andes.

TALLER DE NOVELA

Coordina: MARIO GOLOBOFF


De todas las actividades que conformarían ese vasto y complicado universo generado por la pasión literaria, quizás no sea justamente la de entrelazar los primeros signos sobre una página en blanco la fundamental o, en todo caso, aquélla respecto de la cual la sociedad deba sentirse en primer término reconocida.
Si bien tal inscripción está, naturalmente, en el origen de todo, las razones y los mecanismos que la ponen en movimiento permanecen aún tan ignotos, y aparentan ser tan irreductiblemente personales, que la gozosa y generosa lectura de otros y para otros, la enseñanza, la investigación, el estudio, el trabajo crítico, y tal vez muchos trabajos similares, merecerían ser más estimados en cuanto a repercusiones sociales concierne. Estas últimas labores, en efecto, al lado del narcisismo atribuido al así llamado «creador», parecen ser más recatadas y, a la vez, más solidarias. Escribir, en cambio, cuando no se deja transformar, como en las últimas décadas, en un oficio cortejado por el aparato comercial e industrial (y muchas veces financiero y publicitario, y en no pocas ocasiones político), suele reducirse a una operación de lobo estepario, hostil, obsesiva (para la que cada día se necesita menos del mundo y más del espesor de las sombras) sin que ello quiera decir asocial, porque nada de lo que pasa en el lenguaje lo es. Hay, sin embargo, un período, una etapa en la elaboración textual (cuya duración varía según cada escritor), en la que, superado el estadio de arranque, es la configuración del texto lo que interesa y, principalmente, su recepción, su lectura. En ese momento, el de la corrección, momento que algunos consideran el de la segunda escritura, y otros el de la verdadera, sucede que quien escribe comienza la lucha por la elección de la palabra precisa, la pelea y las inseguridades del tachado y el desechado, las del pulido, las del modelado. Etapa donde, por lo general, se impone más el sintagma que el paradigma, las relaciones internas del texto que las externas.
(Es cierto que hablar de instantes, de momentos, de etapas puede dar la impresión de que se trata de operaciones escolares, subsiguientes, absolutamente aisladas: escribir, primero; luego, corregir. En realidad, lo que por lo general ocurre es que sólo el primer manuscrito «sale» casi sin otra corrección que la mental o la que impusieron la tradición, la norma, el inconsciente, el ojo rápido, el oído, la memoria. Enseguida, sucede como si las operaciones se mezclaran permanentemente, y ya no se escribiese sin corregir, y corrigiendo se fuera escribiendo, hasta el final, hasta que se publica y, en oportunidades, aún después.)
O acaso sea cierto que el verdadero trabajo de escribir comienza después del primer esbozo y de los primeros borradores, cuando el mismo autor enfrenta al texto como lector y crítico originarios y se empeña en obtener la modulación que quiere fiel, la palabra propia, exacta, fidedigna.
Para muchos, es recién entonces que se escribe. Algunos, leyendo al tan acudido Yeats («Corrijo, borro, tacho, busco... ¿a quién corrijo sino a mí mismo?». O, sin los interrogantes de la traducción, resueltamente afirmativo: «It is myself that I remake»), suponen que ese acto vigila la exhibición de la persona, tratando de darnos su especie más complaciente y seductora. La impresión no es rara, ni del todo injusta, ya que Yeats no se tenía poca estima... También, y no por nada, se dice que, ante los primeros manuscritos de Flaubert (previos a las dieciocho versiones que, como en el caso de La educación sentimental, modifican el mismo fragmento), uno tiene la impresión de estar leyendo a un mal alumno de cuarto año de colegio secundario. Otros, como aquel infortunado señor Hubert Fabureau, llegan a acusar a Paul Valéry de burlarse de sus lectores porque consideran que la fidelidad está ante todo, y que no puede cambiarse sin mengua ni razón aparente un «départage avec mystère» por un «départage sans mystère».
Una imagen diferente se recoge, sin embargo, de los manuscritos, de las cartas, de los asientos en los diarios, de los testimonios de primera mano. Hay escritores para quienes esta fase constituye un núcleo difícilmente salvable de desesperanza y de desesperación. El propio Flaubert lo incorpora al incesante ascetismo de su práctica, con una voluntad de servicio que no cede ante la fatiga, el dolor, la enfermedad. Es, mejor dicho, su práctica, en el realizado ensueño de querer dar a la prosa la pulsación, las dimensiones, los ecos de una nueva poesía. En esa búsqueda de lo ya intachable, que el poeta quiere brindar de su texto, hay, por encima de toda apariencia narcisista, una voluntad de representación y de ofrenda que está esencialmente destinada al placer de otros, y ello a costa de los mayores sacrificios personales. En tal sentido, lo que alguna vez pudo ser juzgado como «el deseo de presentar a los demás la mejor cara» (intención en que a veces incurrieron los propios escritores), parece ser, por el contrario, un acto de suprema generosidad, en el que va generalmente incluida una mutilación, una resta, en aras de lo que se persigue: el deseo de la mejor lectura, de la más acabada, de la más feliz. (Nadie, me parece, tan apropiado como Horacio Quiroga, para darnos esa imagen de amputación y de cercenamiento, cuando se regodea y, a la vista del título, «La miel silvestre», parece bastante apropiado el goloso verbo- describiendo la actividad devoradora que cumplen esas «curiosas hormigas a que llamamos corrección. Son pequeñas, negras, brillantes y marchan velozmente en ríos más o menos anchos. Son esencialmente carnívoras. Avanzan devorando todo lo que encuentran a su paso...»).
Acto de desprendimiento, en suma, mediante el cual se saca de sí para dar a otros. No es casual, por eso, que muchos de los grandes escritores corrijan extrayendo, y no agregando, lo que constituye una prueba mayor de ese altruismo, de ese gesto finalmente desinteresado y sólo atento al placer, a la satisfacción de otro, un hipotético y desconocido lector.
MARIO GOLOBOFF
Publicado en: S y C, N° 8 (Número dedicado a «La corrección»), Buenos Aires, Octubre 1997( fragmento)







TRAMO FINAL
(fragmento) por MARIA DEL CARMEN MIGUEZ
Un lunes, parecido a cualquier otro lunes o a cualquier otro día, no importa cuál ni en qué orden, todos los días se asemejan, tienen el mismo color, los mismos sonidos, los mismos ruidos. También la hora es casi la misma, 8.20 de la mañana, allí está Lucía, parada en el andén de la estación Federico Lacroze, aunque también podría haber sido Malabia, es azarosa la elección, depende del camino que elija, pero lo que sí es seguro, es que en alguna de ellas debe comenzar su viaje al centro. Gente, mucha gente, gente tan apresurada como ella, personas que se atropellan, se superponen, se empujan. El objetivo primario es subir, el secundario, intentar encontrar un asiento libre. Lucía resiste los empujones, no admite que ese sea el método y a pesar del apuro, cede el paso a los otros y decide permanecer en la misma posición, con la esperanza de poder subir al próximo tren, pero quiere ascender a él por decisión propia, no cediendo a los empujones, ni empujando. Pero son vanas intenciones, porque cuando llegue el próximo ya se habrá juntado una gran cantidad de personas, similar a la que la rodeaba hace unos minutos y ellos también empujarán y ella cederá, se dejará llevar, no opondrá más resistencia. No es precisamente éste, un lugar para ejercer el manejo de la propia voluntad, y menos aún para medir la capacidad de resistencia, reflexionará. Esta es una de las tantas situaciones de la vida cotidiana, donde las decisiones personales quedan a expensas de las colectivas.
Durante media hora, allí dentro del tren, Lucía se dedica a mirar los diversos rostros que la rodean. Escudriña esas caras, se pregunta qué les pasará a todos aquellos circunstanciales compañeros de viaje. Sentirán la misma desazón que ella siente, qué conflictos personales habrán dejado atrás, hacia dónde van, en qué se parecen, en qué se diferencian. Sabe con certeza que ante los mismos hechos, los mismos estímulos, los seres humanos reaccionan de manera diferente. Ella conoce sus reacciones y últimamente debe admitir que no son buenas, está algo sorprendida por sus raptos de intolerancia, por su continuo malestar, por su desasosiego. Por momentos es más que sorpresa, experimenta temor ante sus reacciones, la desbordan, la superan, no puede con ellas y eso la asusta.
Lucía tiene 60 años y ese tren la lleva a su trabajo. Muy a menudo se pregunta qué hace allí, por qué no bajar en cualquier estación y subir las gastadas escaleras que la llevan a la calle, caminar sin rumbo, mirar sin ver, asegurarse de que no está yendo a ninguna parte, ni volviendo de ninguna otra. Lograr que no le importe saber que alguien notará su ausencia, sentir que es dueña de su tiempo, recobrar aunque sea por un rato, algo de la libertad que fue hipotecando a lo largo de su vida, de esa vida que ella sabe se está escapando lentamente, porque, ¿qué es la vejez sino la extinción lenta y gradual de la vida?. ¿Cuándo sucedió? ¿Cuándo comenzó su vejez? No se dio cuenta, reflexiona sorprendida, son muy sutiles los cambios y muy artera la vejez, ese enemigo camuflado que la acosa. Ella supone que comenzó cuando el espejo le mostró su cara, cada vez más parecida a la de su madre nonagenaria o a la de su suegra que acaba de morir. Allí la vio, se vio, empezó a no reconocer su exterior, le molestaba esa imagen deteriorada de ella misma, esa incipiente decrepitud, mientras dentro de sí todavía experimentaba suficiente vitalidad, como para rechazar esa cáscara arrugada que comenzaba a recubrirla.


IDENTIDAD
(fragmento) por JULIA MARIA RIAL
Salgo del patio cubierto y lo veo: Juan, el Polaco (así lo llaman sus compañeros de séptimo) está sentado en un banco de hierro en medio de los eucaliptus del hogar- escuela, con la cabeza baja, el mentón sobre el pecho, los brazos cruzados y su mochila desgastada tirada en medio de las piernas. Lo llamo. Se levanta, me busca con mirada penetrante, cruza con paso apresurado el predio y se cuelga de mi cuello. Cuando vamos a atravesar el portón, no encuentra el permiso de salida semanal en sus bolsillos. Resopla, murmura una puteada y hace un ademán de volverse. Calma, calma…- le pido. El guardia, impasible, habla por teléfono. Autorización concedida- dice. Juan pasa con actitud ganadora. Ya afuera le reprocho su accionar. Sonríe (sus ojos castaño verdosos tienen chispitas cuando está contento) y larga como siempre un “ya fue”…Avanzamos, como el fin de semana anterior, por el sendero de tierra, esquivando baches fangosos y matorrales pinchudos. Su brazo sobre mi hombro, me obliga a caminar inclinada .De repente siento alivio, Juan acaba de soltarse bruscamente, corre y agitando la mano hace señas al colectivo interno. El chofer se detiene, mira con atención y espera. Nos saludamos y arranca. Atrás va quedando el barrio de casas desparejas y a medio terminar. Ya en la estación le pido que saque los pasajes. Uno sólo- afirma. Dos- contesto. Regresa con los boletos pero con “cara larga”, disgustado. Vos no entendés - dice parado en el medio del andén - vos no vas a poder entender nunca la adrenalina que uno siente al escaparle al “chancho”*. Lo miro con cariño, me da gracia. Mientras viajamos permanece callado, con la vista fija en la ventanilla. Sus dedos juegan sin parar con el cierre de la mochila y sus pies rebotan con ritmo acompasado contra el piso. Supongo que está enojado o quizá se hace el enojado. Es increíble –pienso- de tantos años de vivir en la calle la autoafirmación y el placer le pasa por la emoción de apostar al riesgo, de desafiar el límite… Siento que el tren aminora la marcha. Al bajar en Hurlingham avanzamos por sus veredas anchas. Mucho verde y techumbres rojas. Cuando llegamos a casa, toca el timbre a la vez que abre el portón de hierro y se lanza apurado hacia el fondo por la galería descubierta. Veo a Constanza, una de mis hijas, que abre la puerta de la cocina. Juan le suelta un ‘’hola’’ y casi llevándosela por delante entra. Me apresuro intrigada. Constanza me larga una mirada interrogante. Le contesto levantando los hombros. Camino por el pasillo hasta el dormitorio más pequeño. Entro, el Polaco, está de rodillas al lado de la cama, su pelo amarillo y enmarañado, sobre el cajón semiabierto de la mesa de luz. Qué busca - me pregunto. Se levanta, se da vuelta y dice emocionado:
-Quería ver si estaba acá y está. Está acá como lo dejé. En la mano blandía su cepillo de dientes.
*Inspector, en especial empleado en una línea de transporte para controlar el servicio. (Gobello).Diccionario del Habla de los Argentinos. (Academia Argentina de Letras).

martes, 13 de julio de 2010

COARTADAS Nº 5
TALLER DE LITERATURA JAPONESA
Coordina: DAMIAN VIVES

Habiendo dedicado el 2008 a realizar una breve introducción a la historia de la literatura japonesa desde sus comienzos en el siglo VIII hasta el presente; dedicamos el 2009 a profundizar el periodo que va desde finalizada la 2ª Guerra Mundial hasta nuestros días, es decir, la narrativa de posguerra, las vanguardias y la narrativa contemporánea. La dinámica establecida para abordar las mismas es la de la lectura particular por parte de los alumnos de la bibliografía sugerida y el comentario de la misma en clase, quedando por cuenta del docente la situación autor-texto-contexto, el lineamiento de las directrices principales en la obra de cada narrador y el abordaje de temas aledaños que sirvan para esclarecer los diferentes pasajes de cada obra (historia, tradición, pensamiento religioso, ritualística, mitología, etc). Durante el 2009 se abordarán distintas obras de los siguientes autores: Akiyuki Nosaka, Michio Takeyama, Shohei Ooka, Osamu Dazai, Masuji Ibuse, Yukio Mishima, Kobo Abe, Shusaku Endo, Kensaburo Oé, Akira Yoshimura, Ryu Murakami, Juro Kara, Haruki Murakami, Masahiko Shimada, Yoko Ogawa, Banana Yoshimoto, Natsuo Kirino y Mari Akasaka.



A YUKIO MISHIMA por BEATRIZ MINICHILLO

Ella
se desnuda lentamente.
Frente al espejo
se quita su kimono negro
como quien se desprende
de un mal presagio.
Ella, Fusako,
en su casa del cerro
en Yokohama,
perfuma sus hombros y sus senos.

Ella espera.
Lo espera.
Por la sirena de un barco
el mar grita su augurio.
Oscilante en la penumbra
Ryuji recorta su figura
de marino hastiado
de piel de mujer
y sin embargo reincide
como el tigre al acecho
sobre la presa previsible.
Ella, la madre de Noboru,
lo espera, aún lo espera
mientras por el hueco de la pared
se escapa, sigilosa,
la inocencia de un niño.

(Basado en el primer capítulo del libro de Yukio Mishima: «El marino que perdió
la gracia del mar»)



4 HAIKUS Y UN TANKA
por Marta Rojzman


Las dos hojitas
navegan por el río
una se hunde

Me gusta la lluvia
siempre que cae en vano
sobre la ciudad

Llueve otra vez
grises las primaveras
sobre los charcos

Nosotros aquí
en la alegre penumbra
luna redonda

Amado amigo
te extrañé en los meses
de este otoño
aunque estabas cercano,
al lado mío