ES LA HORA Gustavo Mario Fontana
La ansiedad apura el paso. Y canta la calle:
— Vamos señores, de a uno, con la entrada en la mano.
— ¡Hay gorro’, bandera’ y vincha’!
— ¿Tiene dié’ pa’ la entrada, maestro?
Mientras tanto, las manos del policía no se enteraron que el partido está por empezar y siguen palpando, sin saber en realidad qué es lo que buscan. Junto a las vallas, un cementerio de encendedores y pilas va creciendo proporcionalmente a la seguridad de árbitros y jugadores visitantes.
Pasamos los molinetes. ¡Adentro, por fin! Al subir la escalera parece interminable, y el corazón bate el parche enfundado en los trapos amados hasta que, ya casi sin aliento, uno se asoma por la boca de la tribuna y un escándalo de colores le estalla en la cara…
— ¡Es la hora, es la hora / es la hora de ganar…!—. La música de las tribunas nos acuna en una danza frenética entre papeles y serpentinas. Las banderas entonan al viento el discurso de la pasión. El sol es un artista regando el césped con reflejos irisados, aunque algunas nubes quieran amenazarlo con robarle protagonismo.
Pero el gran momento se acerca. Saltan al campo los once bravos, los héroes de mil batallas, los gladiadores que defenderán la camiseta entregando hasta la vida de ser necesario… ¡o que se vayan y no roben más!
Hasta que llega el instante esperado. Los relojes se paran, la respiración se corta, sólo se escucha el silbato del juez y parece que el mundo dejara de girar. La pelota está en movimiento, otra vez la esperanza de un triunfo, un grito de gol, un domingo de fútbol.