TERATOS
(CORTOMETRAJE)
Alicia Leonor Orlando
Escenografía de grano grueso y tono sepia, clima de barriobajero mal iluminado, esquina de cemento, graffitis, un bar con puerta de vaivén. El inquietante cartel con la inscripción Teratos va bien con el lugar. La cámara enfoca el perfil de un músico y su fuelle, las mesas, barajas, una pulseada, generala, se escuchan voces, una entona la letra del tango que ejecuta el fuelle “…río sin desvío donde sufre la ciudad…¿Qué triste palidez tienen sus luces…
Ahí nomás, una escalera de caracol con peldaños mezquinos. La cámara va subiendo, como si subiera alguien.
Arriba una pieza, cortina de ventana meciéndose. Por ahí entran infinitos puntos de luz, resbalan sobre una cama turca destartalada, sobre un cuerpo adolescente, sobre pezones de aureolas rosadas, sobre un pubis. La luz resbala por la gomita roja en el brillo del pelo, por el khol negro alrededor de los ojos, por una pulsera de tachas y uñas barniz rojo rabioso, sobre una jeringa y la aguja que entra en la vena. El cuerpo se agita, la respiración se corta en flashes distorsionados. La historia no gana palabras, sí una angustia creciente expresada
por otro tango a través de la pared:…es hora de enfrentar coraje para iniciar un largo viaje, en un paisaje gris…
Abajo, un motor fundido o casi, tira cambios en la trama. Un hombre manco, pelo con raya desdibujada al medio, ojos bordeados por ojeras, un actor conocido, de los que saben componer personajes impiadosos, hasta crueles, podría decirse arltianos, baja del coche, enciende un Malboro. Empuja la puerta de vaivén con la rodilla. Llega la voz apagada, pero a la vez irónica, de un tipo sentado cerca de la entrada: - El gato anda buscando presa - Nadie levanta la vista, como si no fuera bueno prestarle la mirada. El encargado, le sirve whisky. El manco, vaso en mano, sube la escalera. El ascenso le provoca agitación asmática, un lado de la cara se contrae al contacto del humo del tabaco.
Arríba, empuja con la rodilla la puerta, entra, en un plano espiche la adolescente da una ojeada, se nota que tarda en comprender que esa cara le es conocida. La utilización de otro plano lleva al hombre hacia la zona de luz, sobre los muslos firmes de ella. La da vuelta, mira su mirada perdida de mil y una noches, le acaricia el vientre.- Linda piel- dice. La cubre con el humo del
- Trajiste, Pedro, trajiste -
- Vos sabés que hay tiempo, no seas impaciente, hay tiempo.- le contesta, mientras acaricia su pelo y dice que es una chica con suerte. Ella aparta la
cabeza, pregunta qué música es aquélla. Pedro no responde, pasa el muñón por
el tatuaje que ella tiene en el hombro. Le sujeta una mano, la lleva hasta su entrepierna, suficiente para desencadenar una respuesta en la bragueta. Sin dejar de pasar la mano, le hunde la cara en el pelo, en el cuello. Lame el lóbulo de la oreja, las inmediaciones de los labios, los quiere besar. Ella se resiste, Pedro le pregunta qué prefiere, entre qué y qué, al oído. Ella pide algo que no se entiende. El recorre el dulce perfil de los pezones, se aproxima al reducido vellón del pubis y se separa.
La cucharita que mezcla droga con whisky carga secuencia en crípticos blancos y negros. Las uñas barniz rojo rabioso chirrían en el borde de la cama.
- Chiquita –dice el hombre. La agitación asmática, carga gangrena en la voz. – Una buena dosis vale un premio – Y deja el vaso en el piso.
El -¡ Dame ! – es una súplica.
- Aflojá, te vas a ir de mambo un día de estos. Ya pasaste por una sobredosis. Cuantas líneas te mandaste hoy – pregunta, mientras se saca la ropa, la tira sobre la única silla. Ella trata de alcanzar el vaso. Pedro la agarra del cuello, la inmoviliza. - No te pongas cargosa- dice mientras acomoda el cuerpo sobre el de ella. Con excitación y desesperada urgencia le exige colaborar.
- Te gusta – pregunta – Cómo no te va a gustar.
La misma secuencia se repite y la repetición es utilizada para la fuerte escena de violación. A ella las náuseas la obligan a apartar la boca con un movimiento convulsivo y la secuencia se corta abruptamente.
Abajo en el bar, la historia no gana palabras, el sonido se expresa a través de otro tango. No hay segundo sin música. La luz se centra en el bandoneón.
Arriba, la chica vuelve la cara, en el film, no se le conoce nombre, Pedro nunca llega a nombrarla. El duerme, ella lo aparta como si se deshiciera de unas garras. Los ojos de Pedro se abren ciegos, vuelven a cerrarse. Ella estira el cuerpo hacia el piso, intenta algo, todavía no se sabe qué, el deslizamiento silencioso se apodera de la acción, toma el vaso, bebe, todo es distorsión en la
como si quisiera arrancarlo, aprieta las venas heridas, los lugares del cuerpo donde las manos de él, han dejado manchas rojas. Se repiten pantallazos.
Otra vez el deslizamiento silencioso al borde de la cama, trastabilla, va hacia la ventana, la mano del brazo con pulsera de tachas corre la cortina. Un pájaro vuela con la aceleración de la sorpresa.
- Ahora es cuando me muero- dice.
La secuencia de la movilidad es larga, semeja una imagen descolgada de un crucifijo.
Abajo la calle está vacía, salvo el coche del manco arrimado al cordón.
La cámara abandona la escena, vuelve a las mesas, las sillas, los cigarrillos, el truco de los guiños, las bebidas, algo de
Y la palabra FIN.