viernes, 17 de agosto de 2007

DIANA BELLESSI

entrevista : Alicia Digón

Llegar al corazón del otro

Hablar con Diana sobre poesía fue como entrar en el misterio que guarda el agua. En ese decir de la cadencia popular que tiene una asamblea, una cancha de fútbol, en la inocencia del bombo en un piquete. En la dialéctica de un erotismo con indicios mágicos.
En algún lugar dice que a los trece años, cuando le preguntaban quién era, decía con arrogancia de adolescente “una poeta”, y como el juego circular de Pigmalión fue eso: Poeta

¿ Se lee poesía, Diana, la gente más joven lee poesía?

Sin duda. Estos últimos años tuve la suerte de ser publicada por editoriales con capacidad distributiva; por lo tanto, cuando sale un libro tiene la misma tirada que una novela de autor nacional, y el libro se vende y se agota. ¿Por qué sucede esto? Porque el libro está en las librerías. Los medios especializados le otorgan algún lugar y el lector se entera de su existencia. Hablamos por supuesto de estos abismos: en un país de 35 millones de habitantes, tiradas de 1000 o 2000 ejemplares tienen oportunidad de juntarse con sus lectores. .

Si queremos detenernos en este punto -la poesía se lee o no se lee, se vende o no se vende- te diría que no es un problema de la poesía, sino de la sociedad entera. Vivimos en un país empobrecido, con una educación deteriorada, con una industria que llegó al raso de la nada, en consecuencia, la relación de la mayoría de la gente con el libro pasó a ser cada vez más escasa, en cualquiera de sus géneros de expresión; sumémosle a ello que las editoriales han dejado de incluir a la poesía en sus catálogos, y aún así, en los pequeños emprendimientos independientes, ella goza de la mejor salud.

Los jóvenes leen poesía como siempre lo hicieron, no de manera masiva, pero creo que la mayoría de la gente está conectada con el género a través de la canción popular y su letra, prima hermana de la poesía; así el verso circula entre la gente, incluso más que la narrativa. Es raro que haya una reunión o una fiesta donde alguien no diga unos versos; en la cancha de fútbol se cantan versos, en las movilizaciones sociales, en las murgas y en las fiestas populares. Entonces, si salimos del canon más formal, yo te diría que la poesía es el más popular de los géneros.

¿Qué se te ocurre en relación a esto de la “dilución” de los géneros?

El siglo XX intentó derribar la frontera entre los géneros y muchos hallazgos provienen de allí; personalmente, no obstante, sigo creyendo en ellos. Un poema se caracteriza por ser un cuerpo pequeño, de gran poder significante. No tiende a desplegarse, sino a concentrarse. Se articula en una organización rítmica que es fundamental aunque no sea de versificación cerrada, cualquier gran poema tiene una propuesta rítmica y esto es parte del sentido del poema; por nombrar sólo algunas cosas, podría mencionar muchas otras leyes que rigen el género y que hacen del género lo que es. Es posible encontrar alguno de estos elementos en la prosa, pero nunca estarán configurados de la misma manera; así como hablamos de la capacidad narrativa de ciertos poemas, y no por eso se convierten en un cuento o en una novela. Se habla de “poéticas” de la prosa, pero no pueden homologarse a la realidad constitutiva de un poema.

¿Cómo ves el tema de las editoriales y la poesía?

Como ya lo dije, las grandes editoriales sacaron a la poesía de sus catálogos –también al cuento y al teatro- desde hace años. Sin embargo, quebrando los monopolios globalizadores de la industria, puede observarse la lenta reaparición de editoriales regionales con capacidad de producir y distribuir sus libros, y con catálogos inteligentes que vuelven a incluirla. Y no debemos olvidar que las pequeñísimas y activas editoriales independientes, especializadas en publicar poesía, han sido y siguen siendo las auténticas heroínas de esta historia, sosteniendo por décadas la producción y distribución de algunos de los mejores libros de la literatura argentina.

Justamente Diana, me parece que sos una de las poetas más leídas, más editadas y conocidas en este momento. Esto va como apreciación personal y de algunos otros lectores, especialmente jóvenes, ¿no?

Bueno.... yo no sé si es cierto, ojalá lo fuera, pero lo que sí puedo decirte es que el intento incesante que ha regido mi escritura, en la precisión del oficio, ha sido ponerme en contacto con mis propias ideas y emociones; y después siempre tengo el anhelo de llegar con lo que hago al corazón de otro. Ese es un misterio que se repone siempre. ¿Qué quiere uno cuando lee? Me parece que uno quiere emocionarse de algún modo y pensar ¿no?; ser arrasado y ver de otra manera el mundo. El autor, que es siempre primero un lector, quizás anhele que algo similar le suceda a su lector cuando se encuentre con lo que él escribe.

¿Cómo es, cómo se desarrolla la, digamos, “cocina” de tu escritura?

Creo que todos los caminos conducen a Roma, pero en mi caso un poema nace entero. La estructura central de un poema empieza y termina de un saque. Después puedo utilizar mucho tiempo en trabajar minucias dentro del poema. La filigrana interna. La observancia de pequeñas precisiones. En ese mismo proceso pueden suceder “accidentes”, accidentes de sentido que no son fenómenos de racionalización, sino lo contrario, y que a veces uno abraza. Es un proceso lento, hasta que se fija, se estabiliza la versión definitiva de un poema. Esta es una tarea en pequeña escala, porque lo primero, el sentido central del poema, la estructura rítmica, la acentuación, el color de la sintaxis, nacen de entrada. Y este nacimiento misterioso proviene de un estado de atención hacia algo interno y externo al mismo tiempo.

Me parece que en esa atención y conexión, en ese quedarse a solas aún cuando se esté acompañado, en ese paulatino silenciamiento de un ruido alienante, donde algo cree oírse al fin, surgen los versos... Algo externo puede ser cualquier cosa. Un pajarito que canta, una noticia en la radio, una conversación en la esquina. Yo me siento hondamente atada al mundo externo. La observación de algo que viene de afuera y ahí se engancha o amplifica con algo propio para dar nacimiento al poema. Aquello que funda el poema genera el primer verso con su marca de entrada, y desde entonces despliega orgánicamente su partitura.

¿Cómo fue tu adolescencia?

Incómoda y rebelde; signada por muchas diferencias en una sociedad muy pacata. Era arduo conservarse a uno mismo, eso te va poniendo hostil, sucia, fea y mala en algún sentido. Fui una poeta adolescente. Decía de mí misma con arrogancia que era una poeta ya a los trece años. La escritura, el arte en general, salvó mi vida.

¿Cuándo viniste a Buenos Aires?

Yo viajaba a Buenos Aires. Nací en el campo, en una chacrita. Pasé mi infancia allí, parte de mi adolescencia en las lindes de ese campo, o sea que hice la primaria en una escuelita rural. Luego la secundaria, -la primera en mi familia que llegó a la secundaria- en la estatal de una ciudad vecina. Más tarde empecé a estudiar Filosofía en Rosario, y en ese período viajaba de tanto en tanto a Buenos Aires. Después tomé una mochila y me fui andando por todo el continente. Cuando volví de ese viaje viví en Buenos Aires en los años de fuego, en una pensión del barrio de Constitución, luego en Fuerte Apache como okupa y, durante la dictadura, en una islita del Delta. Así que volví a Buenos Aires después de Malvinas.


Trabajar en cárceles, en psiquiátricos, esto de haber estado tan cerca del dolor, ¿Cómo sentías ese “dar como poeta”?

Yo más bien siempre sentí que recibía. O era un darse mutuamente. Quizás administraba esa manera de darnos mutuamente ¿no?

Haciendo un recorrido por tu obra, hay en “Variaciones de la luz” algunas diferencias con el resto, ¿es así? O parece que las hubiera.

Hay algunas diferencias, sí; en primer lugar porque respondiendo a las características de esa colección, hay allí poemas de dos libros inéditos en los cuales estoy trabajando todavía. Cualquiera que haga una lectura de lo que he escrito sabe que soy una hija de la tradición de ruptura. Ahora bien, en la década de los ochenta empecé a dar clases en la escuela de autores e intérpretes de Sadaic y trabé una relación intensa con músicos que estaban escribiendo sus canciones. Ese contacto con la letra de la canción popular inició lentamente un camino de transformaciones en mi escritura. Por un lado despertó la memoria afectiva de algo profundamente enraizado en la infancia: la copla popular escuchada en los galpones, cuando toda mi familia laburaba en las cosechas junto con los trabajadores golondrinas que venían del norte del país. Por el otro, la letra de una canción debe corresponderse con la música, en duración y acentuación, así que dar clases me llevó a revisar la historia de la tradición de versificación de la lengua castellana en sus grandes poetas. Y mi poesía empezó también a cambiar. Escribí un libro que se llama Sur donde practico, como una niñita jugando en un arenero, versificaciones del llamado arte menor, octosílabos, heptasílabos con acentuaciones fijas; aunque fuera una práctica con muchas licencias, empezás a querer la jaula, sentís que en ella a veces se canta mejor.

En consecuencia fui siendo más y más amorosamente canibalizada por esto. Se advierte luego en el libro La edad dorada y también en Mate cocido donde tuve la ilusión de que volvía a casa, a mi clase de origen a través de una peculiar rememoración sintáctica y tonal. El juego continúa pero se abraza ahora con el Renacimiento y el Barroco.

Me dijiste con una entonación especial “Soy hija de la ruptura”, ¿qué quiere decir esto?

Quiere decir que desde la adolescencia leí a los románticos ingleses y alemanes, a Verlaine, a Rimbaud, a Whitman, a Martí; es decir la tradición de ruptura. Y en la escritura practiqué por años sólo el verso libre. Creo que las vanguardias del siglo veinte, que en muchos aspectos fueron extraordinarias, llegaron también al umbral de pulverizarlo todo; y pienso que los hijos de la tradición de vanguardia quizás necesitemos tender el sedazo para ver qué hay detrás, es decir, en qué tradición o historia larga de la poesía abrevó la vanguardia, y es también nuestra casa.

¿Cómo es rearmarse en “esta tradición” y qué poetas lo estarían haciendo?

Homero, Virgilio, Dante, Garcilaso, y todo el siglo de oro fueron leídos por los modernistas y por los que rompieron con el modernismo; incluso Pound y Elliot, y leyéndolos se está leyendo la historia de la poesía. Como en la arena local sucede al leer a Ricardo Molinari por ejemplo. Esto se advierte en los poetas de mi propia generación, y paulatinamente entre los más jóvenes también, donde además algo extraordinario ha venido sucediendo: creo que a veces con dolor, a veces con cinismo, hubo un religarse con la gente, se alejaron del laboratorio letrado para hundirse en lo que estaba sucediendo en el país; eso estalló en la poesía; y en esa turbulencia se vuelve bárbara y se afina; sí, se vuelve bárbara y se afina.