sábado, 24 de abril de 2010

REVISTA COARTADAS Nº 5

TALLER PARA JOVENES
coordina MARTA BRAIER

ACERCA DE “LECTURAS METODOLÓGICAS” Marta Braier
Una estética sin preconceptos, una escritura que representa una necesidad genuina de comunicación, una visión del mundo. Los jóvenes del Taller Literario de la Biblioteca Nacional, vienen al taller y escriben a pura prepotencia, con garra, con desparpajo, con alegría y desesperación
Las lecturas varían: o apelamos a Kafka con su parquedad e ironía feroz cuando necesitamos nombrar el desamparo o señalar la economía del cuento; o recalamos en el realismo mágico de García Márquez, simplemente porque allí nos dejamos contagiar por la imaginación, la riqueza léxica y el aluvión rítmico, tan necesarios cuando del goce de escribir se trata.
En general en mis cursos insisto en lecturas de autores argentinos
o latinoamericanos, por lo menos en una primera etapa, para atesorar y concientizar la riqueza de nuestro idioma. En esta línea, Borges, está siempre presente con su “rigor”, cuando se trata de ceñir la enunciación y lograr la tan necesaria verosimilitud; y Cortázar, en otra orilla, con sus cuentos neo-fantásticos, la habilidad para “hacer creer”; lo insólito en lo cotidiano, el protagonismo del lenguaje coloquial.
Siempre he trabajado en mis talleres la Narrativa y la Poesía. Los talleristas tienen la libertad de expresarse en el género que elijan, y las lecturas de apoyo, van surgiendo naturalmente en el devenir grupal.
Andrés Rivera, en narrativa, aporta su cuota de testimonio de la violencia en nuestro país, con el discurso austero que lo caracteriza, cercano a la representación cinematográfica en la superposición de fragmentos que el lector ha de decodificar.
Girondo, en poesía, es un buen disparador de la creatividad. Aunque en los jóvenes la libertad escritural surge naturalmente, el humor absurdo y el desprejuicio, constituyen una paleta literaria interesante de analizar; también Susana Thennon, en la línea de rebelión contra el discurso “clásico”; Pizarnik nos deja entrar en la intimidad de un yo desde un lenguaje onírico, surreal, que nos sigue sorprendiendo con su bella y original intensidad trágico-lírica; Orozco aporta desmesura aluvional, ritmo, trascendencia; y después vienen poetas más actuales, de los 90 para adelante: Fabián Casas, Martín Prieto, Selva Dipasquale, Claudia Massin, Verónica Viola Fisher, entre otros. Aquí, cierta corrosión de la “lengua culta”, se identifica con la estética a la que adhieren muchos jóvenes escritores: el uso de la parodia, de la irreverencia y la agresividad verbal, un natural desprejuicio en el decir, intromisiones naturales del “habla” y referencias a la cultura de masas.
El querible Chéjov no puede faltar cuando hablamos de antecedentes del cuento “minimalista”, la sugerencia, ese murmullo sutil, lo oculto entre líneas en el devenir del acontecimiento trivial; y Raymond Carver dirá lo suyo con el laconismo que lo caracteriza; Abelardo Castillo trae su tensa respiración y Felisberto Hernández, su patética excentricidad en primera persona.
La mezcla de lecturas enunciada responde a una práctica real de Taller en la que surgen enunciaciones de autores, de distintas nacionalidades y estéticas, que aportan lo suyo, cuando en la dinámica de las clases es imprescindible la lectura del texto de autor consagrado. Finalmente lo que interesa en el taller es el cómo: “cómo digo eso que quiero decir”. Las lecturas como telón de fondo permiten conocer diversas paletas literarias y modos de abordaje del hecho escritural. Ayudan en la libertad de expresión y en el afianzamiento de la propia estética. Una práctica, la del taller, que combate el individualismo en una sociedad feroz. No es poco







ALEJANDRO ANDOLFI

Ayer cuando te fuiste me quedó un sabor amargo
(soledad)
el silencio pegó gritos estruendosos
(soledad)
mi corazón tembló de frío
(soledad)
me reflejé en el espejo y me ví triste y solo
(soledad)
Apagué las luces y quedé a oscuras
(soledad)
y soñé en soledad contigo.


JUAN MANUEL BUZZARINO

Dicen que las sombras lloran llenas de mujeres las mujeres, ríen llenas de plástico. Haces un flou cuando pasa un hermafrodita se te para la kipá se te deshuesa el corazón cuando entre toda esa basura, de esas latas de Nesquick emerge un niño perro
Aúllan que en la city tienen miles de razones para romperte la cabeza e incluirte en su bestiario. Comentan, que la luz no existe. Tampoco existe cámara capaz de sentir la tierra No existen Luca el Corto Maltes, ni Homero Simpson. En el último caso, tal vez sea verdad
Refutan en Flores, que las mariposas siguen a los muertos que todo es mucho mas autista y que al mirar una chica no debo sentir que su boca está llena de negros
Responden en las bodas nucleares, que me han visto mirarme al espejo mientras vos subís al subte-dios Se nos materializa un yankee Se ríe de tu pito Y se caga en la mujer que quizás amás Yo digo que no existen los árboles no existe Kosiuko, ni la Izquierda Unida, la escasez de monedas, los progresistas Ni las secuelas de Vietnam Y mucho menos... Las islas de edición. Donde se repite la misma imagen Una y otra vez Una y otra vez Y pide render Esta noche Todos los grafittis se me han vuelto inexplicables.
Me pregunta ¿qué vas a dibujar? ¿qué estás por hacer?. Atraída por mi silencio, la pequeña, se recuesta bajo el sol, a mi lado, pegadas al pasto y al día. -Yo tengo que escribir. -Hay una comida, que es como un cuadrado blanco, que es feo. ¿Sushi? No. Tiene cositas adentro que comen, esos que adentro, son todos grises.
Reverdece la tigresa que no quiere comer tal cosa... y se dice, que los cinco guerreros, pueden sobrevivir comiendo rocío. Sé que mañana treparé a un lunes sin sustancia insatisfecha y devorada. En otra cama respira mi dueño. La pasión de ayer parece arrancarme la risa y darme musas a cambio de un texto entelado de preguntas. Mi sueño en medio de una noche. Con manojos de cinco partes se arman las manos y las patas. Ahora, no sé si habrá más tiempo. Regreso a la lectura porque es como me confieso. Porque permanezco en la quietud de un pentagrama de silencio. Los dedos abiertos. Como viajera. Como clausura. Como evasiva. Viajera clausura evasiva. El amor está y yo corrí, corrí, corrí apenas para cubrir la noche y tu ausencia. Pronto. ¿Por dónde comienzo? Una bocanada de temor se repite infinitamente. Otra cosa. Nunca llegué a la gruta y ahí estabas. Sobre un cielo azul duplicado. Esperándome.






CLAUDIO FUSCO

En un barrio los vecinos trabajan, se dejan ver en sus necesidades. Los comerciantes abren sus negocios, muestran a la gente sus productos y esperan que alguien se interese por alguno. La vida no es fácil, por lo menos así se da a entender en lo que cuentan los vecinos. Desde la puerta de un edificio se puede ver esta conducta, cómo cada uno pasa sobre tablas de madera que cuentan los años vividos y por haber. Cuando llueve los pilotos salen como en un trabajoso día de humedad. Tela de plástico que gobierna en interiores con chimenea o estufa. Los paraguas quedan adentro, en el baño, colgados del tender o del tubo de la cortina. ¿Por qué se hablará así de nuestra vida? En un barrio de historia, de milenios desconocidos, donde la brutalidad habla en las puertas de las gomerías, en el humo de los colectivos que pisan palomas, las que dan el suspiro de su última cría. Arriba los pasajeros no lo escuchan, ni a sí mismos se dan un poco de oído. Carteristas disimulan no tener hambre, y mucho menos aceptan ser sorprendidos durante el robo. Más de una muchacha habrá largado sobre ellos su más profunda carencia de lástima laboral. Pero dejando los viáticos de lado, un barrio puede hablar desde los parques, desde los árboles detrás de las rejas. Cuántos chicos se acercan a la paciencia de verse a unas cuadras de lo más querido. O pájaros que cantan, que miran desde las estatuas nunca vistas, que vuelan sobre el trote de baldosas, de plantas y reconocimiento. Los vecinos que se quieren contar en los cajeros de los supermercados, los que se giran con bolsas llenas de días de trabajo, de hijos que educar y esperarlos después, cuando las alcantarillas recogen el agua que arrastran los basureros.
Ellos, para que hablemos del barrio en el que crecieron, de sus días.







FELICITAS LANUSSE HOMSE

Pero los fieles tenían razón. Algo se esconde al final de los vasos, algo, que me deja inerte al descubrirlo. Como si el líquido que de ellos bebiera, fuera mi vida, y se va acabando. Prefiero no terminármelo, no descubrirme en el reflejo que perdure mi vida en esta pausa y dejar el después para otro rato. Otro rato impuro. Otro rato de nadas. De oscuros sin grises y tan de todos, como de sin sentido. ¿Y entonces? Sí. Vuelve entonces una música musa, y un beso entre cuerdas de guitarra. Y entre labios, las bocas fresas, los dientes blancos. Muerden, pero también aman. Ya nada tiene que ver ni con el fondo, ni con el filo de los vasos. Ahora es otra el agua que corre, es otro el candor, es otra la cálida poesía. ¿Y entonces? Entonces sí, nos queda algo. Palabras tan simples como amor o genocidio palabras como hogar y como hospicio. No hay más palabras rimbombantes como rimbombante. Porque a fin de cuentas, sólo me encanta el color de las hojas. Diferentes tonos sobre los árboles. Tonos de otoño, tonos de muerte que es tan muerte, como la vida.








MAURO MÁSPERO

Hoy paseamos por el Bellas Artes y vos te metiste en los cuadros que más te gustaban, yo ya no sé si sos vos o son acaso esas pinturas, que postradas en la eternidad de las paredes, se reencuentran con cierta parte de tu ser, como si ingresaras en algún tipo de axioma del que pasas a ser parte dando a luz tanta locura oral. Aún tengo recuerdo algunos de tus comentarios.
Ahora, en la soledad de mi casa, recuerdo aquel cuadro al que tanto tiempo le dedicamos. El cuadro no era en sí más que una bella pintura donde se veía a un anciano tomando lo que parecía ser sopa. La cuestión, Sofía, es que me acuerdo cuando de pibes éramos nosotros los que tomábamos la sopa, jugábamos, caprichosamente en el charco amarillento lleno de letras harinosas, hinchadas de agua, levantándolas con la cuchara como quien en aquello pudiera encontrar algún mensaje
o acertijo.
Me pregunto si tanto en el cuadro como en nuestros recuerdos de pibe no rezongábamos porque tanto hoy como ayer se nos formaban palabras como: levedad y ser.




EVER NAHUEL QUATTRINI
Doce columnas de veinte toneladas cada una, bóveda maciza encima de ellas y de mí. Yo sustraído a la mirada del cielo. Zapatos en mis pies de quince toneladas cada uno: yo la causa del dolor de espaldas del suelo; sustraído a la mirada de lo bajo. Yo como pisoteo de la objeción. El único erguido. Único con la mirada más alta posible.
Capa pluvial de cincuenta toneladas, tela de acero y brocado por doquier, kilómetros de capa en derredor. Bajan kilómetros de mis hombros y se extienden hacia todos lados. Y no me pesa, no pesa. Yo peso.
Siete mil joyas en todo este cuerpo. No me adornan, abrigan al viento de mi contacto. Diez mil toneladas de metales y piedras. Y no pesan, no las siento. Las joyas me sienten, las toneladas me notan: yo les duelo-peso-molesto.
Estado de detención, situación de permanecer para siempre de pie. Sostengo las toneladas de mis párpados, estabilizo las toneladas de mis pulmones. Control de los kilómetros de tela-acero que parten de mí, contención del interminable aire guardado dentro. Nada me pesa, pero yo peso a todo.
Ganas de llorar: espanto por ser el hilo del que todo pende. Si dejo gotear una lágrima todos morirán ahogados.